lunes, 17 de diciembre de 2012

Haciendas de Beneficio

El beneficio de la plata en Santa Fe de Guanajuato durante la segunda mitad del siglo XVIII

Introducción


La ciudad de Guanajuato en la segunda mitad del siglo XVIII, el panorama se veía prometedor con la introducción de las Reformas Borbónicas, con la disminución en los precios del azogue y otras materias primas para la localidad, así como el apoyo para la obtención de créditos y las facilidades legales, pero esto solo podía ser aprovechado por pocos.  Lo que se intenta mostrar con este trabajo es que las buenas intenciones para la reactivación de la actividad minera que intentaba lograr la corona con las medidas favorecedoras no mejoraron las condiciones ni permitieron que se diera un desarrollo prometedor para la actividad, que terminó concentrando cada vez más el poder en lugar de permitir el acceso y participación de un mayor número de habitantes, que el poder no cambió de manos y no se facilitó así una mejor administración de la actividad ni de la localidad.

Haciendas de Beneficio
Las ciudades, sean o no planeadas en el trazo de sus vialidades y manzanas, finalmente terminan respondiendo en su configuración a las actividades sociales que en ellas se desarrollan, las ciudades cambian y se construyen incesantemente a la par que se organiza la sociedad, reconfigurándolas con cada cambio de acuerdo a lo que van necesitando, principalmente atendiendo a sus procesos de producción[1].  La ciudad de Guanajuato no es la excepción, más bien es el ejemplo de aquella localidad que responde más a las necesidades de su población que a cualquier programa que hubiera podido realizarse para su crecimiento y hacia el siglo XVIII, que cubre el periodo de nuestro estudio, la necesidad primordial a la que atiende es la proveniente de la actividad minera.
La ciudad de Guanajuato nace debido a la solicitud de mercedes por parte de algunos españoles como Juan de Jasso “El Viejo”, Alonso Rodríguez Correas, Sebastián Rodríguez, Duarte Jorge y otros, que buscaban instalar haciendas de beneficio, pues ya estaban trabajando las minas para esa época.  El Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato fue declarado en la categoría de ciudad por Real Cédula en 1741[2].
El auge de la minería fue desplazando poco a poco las haciendas de beneficio hacia la periferia y cediendo los espacios del centro para el uso común, para vivienda, gobierno, comercio, etc.  Pero, para el siglo XVIII, todavía existían algunas haciendas de beneficio dentro del casco urbano, solo que no son las más grandes, sino algunas de tamaño pequeño o mediano[3]; el resto ya se ubicaban extramuros para esta época, aunque todas siguiendo el trazo que les permitía la corriente de los ríos, de preferencia sobre el río principal, del que ahora se reconoce su trazo en los túneles más antiguos y que se dirige hacia lo que entonces fuera el Real del Marfil, terrenos por los que aún circula la corriente fluvial.
La actividad minera se divide en dos partes, la extracción y el beneficio de los minerales.  La plata extraída en Guanajuato es, en su mayor parte, de baja ley, y para el beneficio del mineral que la contiene se utiliza el método de amalgamación o de patio; mientras que para la plata de alta calidad, el método apropiado es el de fundición. 
El método de patio se llamaba así porque se utilizaban varios patios abiertos o cerrados en las haciendas de beneficio, uno se empleaba para preparar los minerales (patio de beneficio) y los demás para alojar a los animales, caballos y mulas que se empleaban para mover los molinos para triturar el mineral[4], también requería de un lavadero de minerales.  En cuanto a los materiales que se requerían para el beneficio, se encuentran el azogue o mercurio, la sal, cal, “magistral” o piritas de cobre, hierro, cueros, telas y mulas[5]
El método de fundición, por otro lado, requería de la existencia de un horno de fundición, albergado por lo general dentro de una galera de piedra, adobe y tejamanil, vasos con ruedas, ejes, gualdras, fuelles, levas y mulas para alimentar y mantener el fuego del horno, también contaban con un molino y varios aposentos para el deslame, la greta y herramienta, los polvillos, para las habitaciones del mayordomo y su ayudante, graneros y caballerizas, aun así requerían menos espacio que para el beneficio por el método de patio.[6]  La ubicación estratégica de las haciendas de beneficio era en las riberas de un río, debido a que el agua era indispensable para el beneficio del mineral, para su remojado y lavado, también lo era para el consumo de trabajadores y animales; y, en tiempo de lluvias, cuando arreciaba la corriente, era de suma utilidad el emplear la fuerza hidráulica para mover los molinos de rueda de madera.  También se realizaba el desagüe de la ganga o desperdicios hacia el río.[7]
Hacia el siglo XVIII la actividad minera aglutina la mayor parte de la población de la ciudad de Guanajuato, una población que hacía uso de los espacios urbanos, que a más de realizar su trabajo, socializaba y adquiría los productos que el comercio ofrecía.  En este siglo, se tiene registro de 142 minas trabajando, 7 empleaban el sistema de pago a raya y partido, 8 por partido, y no eran las más productivas, el resto pagaba a jornal a los operarios.[8] En cuanto al número de haciendas de beneficio, este haciende a un total de 30 en el Real de Santa Fe, y se eleva hasta las 50 si se consideran las del Real de Marfil.[9]
Para la década de 1770 se produjo en las minas del Real de Santa Fe de Guanajuato un auge en la producción, lo que trajo consigo una demanda elevada de sitios adecuados para el procesamiento del mineral, generándose en el proceso las esperadas especulaciones[10], aprovechadas principalmente por aquellos que más tenían y segregando a aquellos que no podían acceder siquiera a un crédito para poder adquirir una propiedad, algunos de ellos, a pesar de contar con una mina en propiedad, al ser productores de bajas cantidades de mineral, se veían en la necesidad de venderlo a los rescatadores al no poder beneficiarlo ellos mismos o bien, los más afortunados, a tratar el mineral en zangarros propios, pequeños espacios de producción[11] que no contaban con todos los espacios necesarios para el beneficio del mineral como era el caso de las haciendas, pero que permitían el beneficio de la plata de baja ley de manera básica; o bien a llevarlo a las llamadas Haciendas refaccionarias, que se dedicaban a la maquila por un porcentaje de la plata beneficiada[12].
 Los mejores lugares para el beneficio de la plata eran los que se ubicaban adyacentes a las corrientes de agua; pero también se necesitaba otro tipo de espacios, para vivienda, comercio y gobierno. [13]  En esta década se intensifican, debido a lo mencionado anteriormente, las transacciones inmobiliarias, los remates, las cesiones, los traspasos, arrendamientos y ventas, además de las fracciones de los terrenos de las cuadrillas de las haciendas, terrenos originalmente destinados a la construcción de las viviendas de los operarios de las haciendas y que luego tomaron muchas y variadas funciones, expulsando a las viviendas a terrenos aledaños, propiamente considerados como de la ciudad, parte de sus barrios.
Entre 1750 y 1760 se había producido una fuerte crisis en la minería local, provocada por la ausencia de capital para invertir en la industria, la mayoría de los mineros no tenían acceso a créditos por no tener con que respaldarlos, por lo que mantener trabajando las minas, o subsanar los gastos que acarreaba el sacar el agua de tiros inundados y crear sistemas de desagüe, remediar los derrumbes, abrir nuevos tiros y frentes, y el pago de la mano de obra no siempre quedaba dentro de su alcance económico,[14] se recurría entonces a los buscones, operarios sin sueldo que trabajaban por la mitad de lo que lograban extraer, y al trabajo por partido, de operarios asalariados que trabajaban turnos extra entregando la mitad de lo extraído al dueño y conservando para sí la otra mitad; para mantener trabajando las minas.  Estos trabajadores (buscones y trabajadores por partido), vendían su mineral a los rescatadores, que eran dueños de haciendas de beneficio o simples intermediarios que compraban el mineral en bruto y lo beneficiaban ellos o lo vendían a las haciendas de beneficio.[15] 
Las Reformas Borbónicas permitieron ahorrar costos de producción, tiempo y mano de obra, se redujo el precio del azogue (producto sujeto al monopolio del Estado), a una cuarta parte en Guanajuato, gracias a la intervención de Gálvez; lamentablemente los inversionistas medianos no tuvieron acceso a los beneficios por no contar con acceso a créditos, los más beneficiados fueron los dueños de las grandes minas, como veremos a continuación, situación que se agravó con las medidas represoras del levantamiento de 1767.
Los grandes propietarios de minas contaban por lo general con sus propias haciendas donde beneficiar el mineral que extraían, ahorrando así el pago de intermediarios en el proceso, algunos incluso conjuntaban en una hacienda varias de las actividades que necesitaban para mantener sus operaciones, por ejemplo la hacienda San José de Burras, perteneciente a la mina de Rayas, que producía a la vez animales de carga y trabajo para las haciendas y minas, cargas de maíz para sustentar trabajadores y animales y dentro de sus terrenos también se beneficiaba el mineral obtenido de las minas,[16] otro ejemplo, es la Hacienda de San José de Las Ánimas (beneficio), que cambiaba su nombre para la parte de labor a Hacienda de santa Catalina de Las Cuevas, aunque no dejara de ser una y la misma.[17]
Por otro lado, los mineros que no contaban con el capital necesario o el acceso a créditos no podían siquiera acceder a beneficios legales, sujetándose a los caprichos y corrupción de las autoridades, además de tener que vender su mineral a bajo precio a los rescatadores, que resultaban enormemente beneficiados con los tratos que hacían al adquirir los minerales de esta manera, pudiendo llegar a adquirir sus propios zangarros para beneficiar ellos mismos el material, cosa que pocos mineros sin capital podían llegar a conseguir, aunque si podían llegar a arrendarlos.[18]
Mientras que las reformas borbónicas buscaban acabar con los cotos de poder[19], fue otra la consecuencia que tuvieron en la ciudad de Guanajuato sobre la actividad minera.  En la segunda mitad del siglo XVIII, con la introducción de las “Reformas Borbónicas” se implantaron una serie de cambios en el ámbito político y fiscal, económicos, administrativos y militares.  En cuanto a la minería, repercutió inicialmente en el sector de la extracción. 
Gálvez mismo, quien viniera a la Nueva España a aplicar las Reformas Borbónicas,  visitó Guanajuato, pero fue para castigarlo por el levantamiento que hicieran para proteger a los Jesuitas de ser expulsados de su ciudad, cosa que finalmente sucedió en 1767.  Entre las medidas represivas que fueron aplicadas, estuvieron aquellas hechas efectivas contra los trabajadores de las minas, donde se les prohibía trabajar por partido, se aplicaron reglamentos más restrictivos y se aumentaron las exigencias fiscales. 
Resultaron favorecidos con esto quienes más tenían, pues, a más de no tener que compartir el mineral a partes iguales con los trabajadores en turnos extra, al recortar los ingresos que los operarios estaban acostumbrados a recibir, sujetaban su acceso a los productos del comercio a lo que se vendía en las tiendas de las minas, en las que, aunque los precios eran exorbitantemente altos, podían adquirir los productos que necesitaban contando con crédito, pues sus ingresos no alcanzaban para comprar en el comercio local, endeudándose cada vez más con sus patrones y quedando atados a la mina con la que tenían el crédito. 
Esta misma situación afectaba al comercio local, que veía mermados sus ingresos al disminuir el número de compradores.  Incluso las mujeres tuvieron que trabajar para mejorar la situación familiar, algunas se empleaban como pepenadoras de mineral en las haciendas de beneficio,[20], colocándose en alguno de los patios donde separaban el mineral de las piedras simples portando como vestimenta unas enaguas a media pierna, de franela color rojo grana.[21] Por otro lado, los grandes inversionistas, los “grandes mineros”  encontraron allanado el camino para agrandar sus haciendas y minas, al aumentar sus ingresos debido a estas circunstancias, podían también reinvertir en la extracción y mantenimiento de las minas.[22]  Las minas de mayor producción en Guanajuato eran la de Valenciana, también conocida como de Animas; la de San Juan de Rayas y la de Mellado; todas abolieron el partido, pero conservaron a los buscones para explotar las vetas de difícil acceso.
El sistema de pago por partido permitía que la riqueza se distribuyera entre un mayor número de personas, parte se destinaba al comercio y a los establecimientos prestadores de servicios; la liquidez era palpable y también se beneficiaba el dueño de la mina que también recibía ganancias.  La abolición del partido le restó fuerza y poder adquisitivo a la clase trabajadora, y no fue el único recorte que tuvieron; Gálvez impuso también restricciones en cuanto a la sumisión que los trabajadores debían prestar ante los administradores y mandos de las minas y haciendas, quienes podían ejercer mano dura para castigar la insurrección del 76 y prevenir otras similares, pues hay que recordar que tan solo un año antes se habían producido desmanes y destrozos debido al establecimiento del estanco de tabaco que lo convertía en monopolio del Estado[23], acallando con ello su espíritu mediante el castigo económico (que era el único permitido por la reglamentación) y derivándolo también en corporal abusando de sus atribuciones. 
Otra medida económica fue la carga impositiva sobre el maíz y la harina en reales por fanega, uno por el maíz y dos por la harina, eximiendo de pago al grano destinado a la alimentación de los animales que trabajaban en minas y haciendas de beneficio para no perjudicar a la minería.  Hubo un tributo más para el pueblo de Guanajuato, uno que pagaba el Tribunal de Minería, tasado en 8 mil pesos anuales.
Con la bonanza minera de la década de 1770 surgió un aumento en la demanda de tierra para haciendas de beneficio, redimiendo terrenos y haciendas “en manos muertas” para su trabajo y, debido a la necesidad de sitios para el beneficio del mineral, eran susceptibles de crédito, siendo ellas mismas garantía para el pago de lo prestado.
Las ganancias obtenidas en las haciendas no se reflejaban en la extracción del mineral, el dinero obtenido lo invertían en la compra de mineral, en la mejora y mantenimiento de las propias haciendas, mas no en las minas, fallando en aprovechar una fuente crediticia que hubiera cerrado el ciclo de ganancias para todos, pues las minas, aún funcionando en una fracción de su capacidad, siempre proporcionaban ganancias, al menos en la temporalidad que estamos analizando.[24]  Un crédito que si era aprovechado por la producción minera, por aquellos mineros de no tenían acceso a los que ofrecían los bancos, era el que otorgaban las prestamistas, algunas de ellas, mujeres que trabajaban en la prostitución que se habían beneficiado de la bonanza minera con la fuerte afluencia de nuevos pobladores atraídos por la minería.[25]
Un problema que acarreaban las haciendas de beneficio y los zangarros, era que al arrojar los desperdicios: el cascajo y la ganga al río, lo azolvaban con mucha frecuencia y eran requeridos en auto los vecinos de la zona para que limpiaran la caja del río, por el peligro de inundación que acarrearía el que en tiempo de lluvias el río un tuviera el cauce suficiente para desalojar las aguas y se desbordara sobre las zonas habitadas, con perjuicio también para las haciendas, que al quedar inundadas no solo veían interrumpido el trabajo, sino que además perdían los animales que no podían escapar del caudal e incluso algunos de sus trabajadores que fueran arrastrados por la corriente o perecieran ahogados.[26]
Se ha dicho con anterioridad, que los trabajadores no vivían ya, para el siglo XVIII en las cuadrillas, terrenos que originalmente les fueran destinados dentro de las haciendas de beneficio, en su mayoría se habían trasladado a los barrios de la ciudad, aunque hay un caso documentado de un barrio que se encuentra ubicado al interior de un terreno de cuadrilla de hacienda, se trata del barrio de Tepetapa, ubicado al interior de la cuadrilla de la hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe conocida por de Pardo, pero esto no significa una prueba contundente de que los barrios tuvieran su origen en las cuadrillas de las haciendas pues, así como algunas haciendas de tamaño mediano o pequeño se ubicaban al interior de ciertos barrios, algunos barrios se ubican en los límites de las cuadrillas o bien son totalmente independientes de ellas.  La ciudad de Guanajuato contaba ya, para el siglo XVIII, con 9 barrios y cerca de 9000 habitantes (sin contar a los menores y discapacitados).[27]
Por su parte, en el centro reservaba sus terrenos para la habitación de los pobladores de mayores recursos, para construcciones públicas como las casas del cabildo, la casa del Real Ensaye, la Alhóndiga, la Real Caja, el rastro y la cárcel; así como templos de órdenes religiosas como los Betlemitas, los Franciscanos, los Dieguinos y los Jesuitas (hasta su expulsión).[28]
Algunas instituciones complementarias al beneficio del mineral son el Real Ensaye, cuya función consistía en certificar el peso y la pureza de las barras de plata antes de que fueran marcadas sus oficiales eran el ensayador y balanzario de la plata y los oficiales reales.  La otra era la Caja Real de Guanajuato, donde eran marcadas las barras de plata garantizando y avalando su autenticidad y peso, fue establecida en Guanajuato en 1666; también era la encargada de distribuir el azogue, normalmente mediante crédito y en ocasiones con el requerimiento de presentar un fiador, entre las haciendas de beneficio, esta materia prima tan controlada y monopolio del Estado, era a esta institución que los beneficiadores pagaban el quinto real.
Conclusiones
La ciudad de Guanajuato en la segunda mitad del siglo XVIII se ve en un fuerte dilema, pues venía saliendo de una recesión en la actividad económica de mayor importancia para ella, la minería, cuando le fueron aplicadas las Reformas  Borbónicas. 
La situación se torna complicada porque, los postulados iniciales de beneficio a quienes menos tienen y el acceso a las posiciones gubernamentales tan largamente proclamadas nunca llegaron, antes bien, los ricos mineros que eran los que podían acceder a los créditos, se vieron beneficiados por el acceso al azogue a costos menores y la desaparición del trabajo por partido, quedándose con todas las ganancias.
En el otro lado quedan los trabajadores asalariados y operarios de las minas en sus distintas modalidades sufrieron en mayor medida las penurias, a las que se sumaron las medidas tomadas como represalia por su insurrección en favor de los jesuitas, viéndose afectados no solo los trabajadores relacionados con la minería, sino también aquellos que se dedicaban al comercio, pues ya quedaban pocos o casi nadie que comprara sus productos.
El panorama halagüeño que pintaba la bonanza en la minería, no alcanzó con sus beneficios a todos, sino que fortaleció el coto de poder centrado en los grandes mineros y no se abatió de ninguna manera la corrupción que tanto se persiguiera con la implantación de las Reformas Borbónicas.

Bibliografía

Jáuregui de Cervantes, A. (1998). Relato histórico de Guanajuato. Guanajuato: Ediciones la Rana.
Lara Meza, A. M. (2001). Haciendas de beneficio en Guanajuato, tecnología y usos de suelo 1770-1780. Guanajuato: Dirección Municipal de Cultura de Guanajuato.
Martín Torres, E. (2000). El beneficio de la plata en Guanajuato 1686-1740. Guanajuato: Dirección Municipal de Cultrua de Guanajuato.
Pietschmann, H. (1991). Consideraciones en torno al protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución. La Nueva España en el último tercio del siglo XVIII. Historia Mexicana, vol. XLI, oct.-dic, Núm. 2, 162, 167-205.
Reza, A. L. (2001). Guanajuato Ciudad Patrimonio, guía bibliográfica y documental para una historia urbana y arquitectónica. Guanajuato: IISCH y PC.
Rionda Arreguín, I. (2001). Haciendas de Guanajuato. Guanajuato: Ediciones la Rana.
Rodríguez Alvarado, L. M. (2000). La mujer en la economía del Guanajuato de la segunda mitad del siglo XVIII. Un intento para acercarnos a la historia social de los grupos sublaternos durante la época de mayor auge minero en Santa Fe de Guanajuato: 1760-1810. Guanajuato: Instituto de la Mujer Guanajuatense.




[1] (Lara Meza, 2001, pág. XI)
[2] Ibíd., pág. 17
[3] Ibíd., pág. XV
[4] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 44)
[5] (Martín Torres, 2000, pág. 22)
[6] (Lara Meza, 2001, pág. 75),  (Martín Torres, 2000, pág. 20)
[7] (Martín Torres, 2000, pág. 25)
[8] (Lara Meza, 2001, págs. 27-28)
[9]  Ibíd., págs. 59-60
[10] Ibíd., pág. IX
[11] Ibíd., pág. XIV
[12] Ibíd., pág. XV
[13] Ibíd., pág. XII
[14] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 41)
[15] (Lara Meza, 2001, págs. 20-21),  (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 41)
[16] (Rionda Arreguín, 2001, págs. 27-36)
[17] (Martín Torres, 2000, pág. 18)
[18] (Lara Meza, 2001, págs. 32-33)
[19] (Pietschmann, 1991)
[20] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 55)
[21] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 46)
[22] (Lara Meza, 2001, págs. 17-19, 26-27)
[23] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 50)
[24] (Lara Meza, 2001, pág. 24)
[25] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 56)
[26] (Reza, 2001, págs. 73-137)
[27] (Lara Meza, 2001, págs. 37-42)
[28] Ibíd., págs. 35-36

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