El beneficio de la plata en
Santa Fe de Guanajuato durante la segunda mitad del siglo XVIII
Introducción
La
ciudad de Guanajuato en la segunda mitad del siglo XVIII, el panorama se veía
prometedor con la introducción de las Reformas Borbónicas, con la disminución
en los precios del azogue y otras materias primas para la localidad, así como
el apoyo para la obtención de créditos y las facilidades legales, pero esto
solo podía ser aprovechado por pocos. Lo
que se intenta mostrar con este trabajo es que las buenas intenciones para la
reactivación de la actividad minera que intentaba lograr la corona con las
medidas favorecedoras no mejoraron las condiciones ni permitieron que se diera
un desarrollo prometedor para la actividad, que terminó concentrando cada vez
más el poder en lugar de permitir el acceso y participación de un mayor número
de habitantes, que el poder no cambió de manos y no se facilitó así una mejor
administración de la actividad ni de la localidad.
Haciendas de Beneficio
Las ciudades, sean o no planeadas en el trazo de sus
vialidades y manzanas, finalmente terminan respondiendo en su configuración a
las actividades sociales que en ellas se desarrollan, las ciudades cambian y se
construyen incesantemente a la par que se organiza la sociedad,
reconfigurándolas con cada cambio de acuerdo a lo que van necesitando,
principalmente atendiendo a sus procesos de producción[1]. La ciudad de Guanajuato no es la excepción,
más bien es el ejemplo de aquella localidad que responde más a las necesidades
de su población que a cualquier programa que hubiera podido realizarse para su
crecimiento y hacia el siglo XVIII, que cubre el periodo de nuestro estudio, la
necesidad primordial a la que atiende es la proveniente de la actividad minera.
La ciudad de Guanajuato nace debido a la solicitud de
mercedes por parte de algunos españoles como Juan de Jasso “El Viejo”, Alonso
Rodríguez Correas, Sebastián Rodríguez, Duarte Jorge y otros, que buscaban
instalar haciendas de beneficio, pues ya estaban trabajando las minas para esa
época. El Real de Minas de Santa Fe de
Guanajuato fue declarado en la categoría de ciudad por Real Cédula en 1741[2].
El auge de la minería fue desplazando poco a poco las
haciendas de beneficio hacia la periferia y cediendo los espacios del centro
para el uso común, para vivienda, gobierno, comercio, etc. Pero, para el siglo XVIII, todavía existían
algunas haciendas de beneficio dentro del casco urbano, solo que no son las más
grandes, sino algunas de tamaño pequeño o mediano[3];
el resto ya se ubicaban extramuros para esta época, aunque todas siguiendo el
trazo que les permitía la corriente de los ríos, de preferencia sobre el río
principal, del que ahora se reconoce su trazo en los túneles más antiguos y que
se dirige hacia lo que entonces fuera el Real del Marfil, terrenos por los que
aún circula la corriente fluvial.
La actividad minera se divide en dos partes, la
extracción y el beneficio de los minerales.
La plata extraída en Guanajuato es, en su mayor parte, de baja ley, y
para el beneficio del mineral que la contiene se utiliza el método de
amalgamación o de patio; mientras que para la plata de alta calidad, el método
apropiado es el de fundición.
El método de patio se llamaba así porque se utilizaban
varios patios abiertos o cerrados en las haciendas de beneficio, uno se
empleaba para preparar los minerales (patio de beneficio) y los demás para
alojar a los animales, caballos y mulas que se empleaban para mover los molinos
para triturar el mineral[4],
también requería de un lavadero de minerales.
En cuanto a los materiales que se requerían para el beneficio, se
encuentran el azogue o mercurio, la sal, cal, “magistral” o piritas de cobre,
hierro, cueros, telas y mulas[5].
El método de fundición, por otro lado, requería de la
existencia de un horno de fundición, albergado por lo general dentro de una
galera de piedra, adobe y tejamanil, vasos con ruedas, ejes, gualdras, fuelles,
levas y mulas para alimentar y mantener el fuego del horno, también contaban
con un molino y varios aposentos para el deslame, la greta y herramienta, los
polvillos, para las habitaciones del mayordomo y su ayudante, graneros y
caballerizas, aun así requerían menos espacio que para el beneficio por el
método de patio.[6] La ubicación estratégica de las haciendas de
beneficio era en las riberas de un río, debido a que el agua era indispensable
para el beneficio del mineral, para su remojado y lavado, también lo era para
el consumo de trabajadores y animales; y, en tiempo de lluvias, cuando
arreciaba la corriente, era de suma utilidad el emplear la fuerza hidráulica
para mover los molinos de rueda de madera.
También se realizaba el desagüe de la ganga o desperdicios hacia el río.[7]
Hacia el siglo XVIII la actividad minera aglutina la
mayor parte de la población de la ciudad de Guanajuato, una población que hacía
uso de los espacios urbanos, que a más de realizar su trabajo, socializaba y
adquiría los productos que el comercio ofrecía.
En este siglo, se tiene registro de 142 minas trabajando, 7 empleaban el
sistema de pago a raya y partido, 8 por partido, y no eran las más productivas,
el resto pagaba a jornal a los operarios.[8]
En cuanto al número de haciendas de beneficio, este haciende a un total de 30
en el Real de Santa Fe, y se eleva hasta las 50 si se consideran las del Real
de Marfil.[9]
Para la década de 1770 se produjo en las minas del Real
de Santa Fe de Guanajuato un auge en la producción, lo que trajo consigo una
demanda elevada de sitios adecuados para el procesamiento del mineral,
generándose en el proceso las esperadas especulaciones[10],
aprovechadas principalmente por aquellos que más tenían y segregando a aquellos
que no podían acceder siquiera a un crédito para poder adquirir una propiedad,
algunos de ellos, a pesar de contar con una mina en propiedad, al ser
productores de bajas cantidades de mineral, se veían en la necesidad de
venderlo a los rescatadores al no poder beneficiarlo ellos mismos o bien, los
más afortunados, a tratar el mineral en zangarros propios, pequeños espacios de
producción[11]
que no contaban con todos los espacios necesarios para el beneficio del mineral
como era el caso de las haciendas, pero que permitían el beneficio de la plata
de baja ley de manera básica; o bien a llevarlo a las llamadas Haciendas
refaccionarias, que se dedicaban a la maquila por un porcentaje de la plata
beneficiada[12].
Los mejores
lugares para el beneficio de la plata eran los que se ubicaban adyacentes a las
corrientes de agua; pero también se necesitaba otro tipo de espacios, para
vivienda, comercio y gobierno. [13] En esta década se intensifican, debido a lo
mencionado anteriormente, las transacciones inmobiliarias, los remates, las
cesiones, los traspasos, arrendamientos y ventas, además de las fracciones de
los terrenos de las cuadrillas de las haciendas, terrenos originalmente
destinados a la construcción de las viviendas de los operarios de las haciendas
y que luego tomaron muchas y variadas funciones, expulsando a las viviendas a
terrenos aledaños, propiamente considerados como de la ciudad, parte de sus
barrios.
Entre 1750 y 1760 se había producido una fuerte crisis en
la minería local, provocada por la ausencia de capital para invertir en la
industria, la mayoría de los mineros no tenían acceso a créditos por no tener
con que respaldarlos, por lo que mantener trabajando las minas, o subsanar los
gastos que acarreaba el sacar el agua de tiros inundados y crear sistemas de
desagüe, remediar los derrumbes, abrir nuevos tiros y frentes, y el pago de la
mano de obra no siempre quedaba dentro de su alcance económico,[14]
se recurría entonces a los buscones, operarios sin sueldo que trabajaban por la
mitad de lo que lograban extraer, y al trabajo por partido, de operarios
asalariados que trabajaban turnos extra entregando la mitad de lo extraído al
dueño y conservando para sí la otra mitad; para mantener trabajando las
minas. Estos trabajadores (buscones y
trabajadores por partido), vendían su mineral a los rescatadores, que eran
dueños de haciendas de beneficio o simples intermediarios que compraban el mineral
en bruto y lo beneficiaban ellos o lo vendían a las haciendas de beneficio.[15]
Las Reformas Borbónicas permitieron ahorrar costos de
producción, tiempo y mano de obra, se redujo el precio del azogue (producto
sujeto al monopolio del Estado), a una cuarta parte en Guanajuato, gracias a la
intervención de Gálvez; lamentablemente los inversionistas medianos no tuvieron
acceso a los beneficios por no contar con acceso a créditos, los más
beneficiados fueron los dueños de las grandes minas, como veremos a
continuación, situación que se agravó con las medidas represoras del
levantamiento de 1767.
Los grandes propietarios de minas contaban por lo general
con sus propias haciendas donde beneficiar el mineral que extraían, ahorrando
así el pago de intermediarios en el proceso, algunos incluso conjuntaban en una
hacienda varias de las actividades que necesitaban para mantener sus
operaciones, por ejemplo la hacienda San José de Burras, perteneciente a la
mina de Rayas, que producía a la vez animales de carga y trabajo para las
haciendas y minas, cargas de maíz para sustentar trabajadores y animales y
dentro de sus terrenos también se beneficiaba el mineral obtenido de las minas,[16]
otro ejemplo, es la Hacienda de San José de Las Ánimas (beneficio), que
cambiaba su nombre para la parte de labor a Hacienda de santa Catalina de Las
Cuevas, aunque no dejara de ser una y la misma.[17]
Por otro lado, los mineros que no contaban con el capital
necesario o el acceso a créditos no podían siquiera acceder a beneficios
legales, sujetándose a los caprichos y corrupción de las autoridades, además de
tener que vender su mineral a bajo precio a los rescatadores, que resultaban
enormemente beneficiados con los tratos que hacían al adquirir los minerales de
esta manera, pudiendo llegar a adquirir sus propios zangarros para beneficiar
ellos mismos el material, cosa que pocos mineros sin capital podían llegar a
conseguir, aunque si podían llegar a arrendarlos.[18]
Mientras que las reformas borbónicas buscaban acabar con
los cotos de poder[19],
fue otra la consecuencia que tuvieron en la ciudad de Guanajuato sobre la
actividad minera. En la segunda mitad
del siglo XVIII, con la introducción de las “Reformas Borbónicas” se
implantaron una serie de cambios en el ámbito político y fiscal, económicos,
administrativos y militares. En cuanto a
la minería, repercutió inicialmente en el sector de la extracción.
Gálvez mismo, quien viniera a la Nueva España a aplicar
las Reformas Borbónicas, visitó
Guanajuato, pero fue para castigarlo por el levantamiento que hicieran para
proteger a los Jesuitas de ser expulsados de su ciudad, cosa que finalmente
sucedió en 1767. Entre las medidas
represivas que fueron aplicadas, estuvieron aquellas hechas efectivas contra
los trabajadores de las minas, donde se les prohibía trabajar por partido, se
aplicaron reglamentos más restrictivos y se aumentaron las exigencias
fiscales.
Resultaron favorecidos con esto quienes más tenían, pues,
a más de no tener que compartir el mineral a partes iguales con los
trabajadores en turnos extra, al recortar los ingresos que los operarios
estaban acostumbrados a recibir, sujetaban su acceso a los productos del
comercio a lo que se vendía en las tiendas de las minas, en las que, aunque los
precios eran exorbitantemente altos, podían adquirir los productos que
necesitaban contando con crédito, pues sus ingresos no alcanzaban para comprar
en el comercio local, endeudándose cada vez más con sus patrones y quedando
atados a la mina con la que tenían el crédito.
Esta misma situación afectaba al comercio local, que veía
mermados sus ingresos al disminuir el número de compradores. Incluso las mujeres tuvieron que trabajar
para mejorar la situación familiar, algunas se empleaban como pepenadoras de
mineral en las haciendas de beneficio,[20],
colocándose en alguno de los patios donde separaban el mineral de las piedras
simples portando como vestimenta unas enaguas a media pierna, de franela color
rojo grana.[21]
Por otro lado, los grandes inversionistas, los “grandes mineros” encontraron allanado el camino para agrandar
sus haciendas y minas, al aumentar sus ingresos debido a estas circunstancias,
podían también reinvertir en la extracción y mantenimiento de las minas.[22] Las minas de mayor producción en Guanajuato
eran la de Valenciana, también conocida como de Animas; la de San Juan de Rayas
y la de Mellado; todas abolieron el partido, pero conservaron a los buscones
para explotar las vetas de difícil acceso.
El sistema de pago por partido permitía que la riqueza se
distribuyera entre un mayor número de personas, parte se destinaba al comercio
y a los establecimientos prestadores de servicios; la liquidez era palpable y
también se beneficiaba el dueño de la mina que también recibía ganancias. La abolición del partido le restó fuerza y
poder adquisitivo a la clase trabajadora, y no fue el único recorte que
tuvieron; Gálvez impuso también restricciones en cuanto a la sumisión que los
trabajadores debían prestar ante los administradores y mandos de las minas y
haciendas, quienes podían ejercer mano dura para castigar la insurrección del
76 y prevenir otras similares, pues hay que recordar que tan solo un año antes
se habían producido desmanes y destrozos debido al establecimiento del estanco
de tabaco que lo convertía en monopolio del Estado[23],
acallando con ello su espíritu mediante el castigo económico (que era el único
permitido por la reglamentación) y derivándolo también en corporal abusando de
sus atribuciones.
Otra medida económica fue la carga impositiva sobre el
maíz y la harina en reales por fanega, uno por el maíz y dos por la harina,
eximiendo de pago al grano destinado a la alimentación de los animales que
trabajaban en minas y haciendas de beneficio para no perjudicar a la
minería. Hubo un tributo más para el
pueblo de Guanajuato, uno que pagaba el Tribunal de Minería, tasado en 8 mil
pesos anuales.
Con la bonanza minera de la década de 1770 surgió un
aumento en la demanda de tierra para haciendas de beneficio, redimiendo
terrenos y haciendas “en manos muertas” para su trabajo y, debido a la
necesidad de sitios para el beneficio del mineral, eran susceptibles de
crédito, siendo ellas mismas garantía para el pago de lo prestado.
Las ganancias obtenidas en las haciendas no se reflejaban
en la extracción del mineral, el dinero obtenido lo invertían en la compra de
mineral, en la mejora y mantenimiento de las propias haciendas, mas no en las
minas, fallando en aprovechar una fuente crediticia que hubiera cerrado el
ciclo de ganancias para todos, pues las minas, aún funcionando en una fracción
de su capacidad, siempre proporcionaban ganancias, al menos en la temporalidad
que estamos analizando.[24] Un crédito que si era aprovechado por la
producción minera, por aquellos mineros de no tenían acceso a los que ofrecían
los bancos, era el que otorgaban las prestamistas, algunas de ellas, mujeres
que trabajaban en la prostitución que se habían beneficiado de la bonanza
minera con la fuerte afluencia de nuevos pobladores atraídos por la minería.[25]
Un problema que acarreaban las haciendas de beneficio y
los zangarros, era que al arrojar los desperdicios: el cascajo y la ganga al
río, lo azolvaban con mucha frecuencia y eran requeridos en auto los vecinos de
la zona para que limpiaran la caja del río, por el peligro de inundación que
acarrearía el que en tiempo de lluvias el río un tuviera el cauce suficiente
para desalojar las aguas y se desbordara sobre las zonas habitadas, con
perjuicio también para las haciendas, que al quedar inundadas no solo veían
interrumpido el trabajo, sino que además perdían los animales que no podían
escapar del caudal e incluso algunos de sus trabajadores que fueran arrastrados
por la corriente o perecieran ahogados.[26]
Se ha dicho con anterioridad, que los trabajadores no
vivían ya, para el siglo XVIII en las cuadrillas, terrenos que originalmente
les fueran destinados dentro de las haciendas de beneficio, en su mayoría se
habían trasladado a los barrios de la ciudad, aunque hay un caso documentado de
un barrio que se encuentra ubicado al interior de un terreno de cuadrilla de
hacienda, se trata del barrio de Tepetapa, ubicado al interior de la cuadrilla
de la hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe conocida por de Pardo, pero esto
no significa una prueba contundente de que los barrios tuvieran su origen en
las cuadrillas de las haciendas pues, así como algunas haciendas de tamaño
mediano o pequeño se ubicaban al interior de ciertos barrios, algunos barrios
se ubican en los límites de las cuadrillas o bien son totalmente independientes
de ellas. La ciudad de Guanajuato
contaba ya, para el siglo XVIII, con 9 barrios y cerca de 9000 habitantes (sin
contar a los menores y discapacitados).[27]
Por su parte, en el centro reservaba sus terrenos para la
habitación de los pobladores de mayores recursos, para construcciones públicas
como las casas del cabildo, la casa del Real Ensaye, la Alhóndiga, la Real
Caja, el rastro y la cárcel; así como templos de órdenes religiosas como los
Betlemitas, los Franciscanos, los Dieguinos y los Jesuitas (hasta su
expulsión).[28]
Algunas instituciones complementarias al
beneficio del mineral son el Real Ensaye, cuya función consistía en certificar
el peso y la pureza de las barras de plata antes de que fueran marcadas sus
oficiales eran el ensayador y balanzario de la plata y los oficiales
reales. La otra era la Caja Real de
Guanajuato, donde eran marcadas las barras de plata garantizando y avalando su
autenticidad y peso, fue establecida en Guanajuato en 1666; también era la
encargada de distribuir el azogue, normalmente mediante crédito y en ocasiones
con el requerimiento de presentar un fiador, entre las haciendas de beneficio,
esta materia prima tan controlada y monopolio del Estado, era a esta institución
que los beneficiadores pagaban el quinto real.
Conclusiones
La
ciudad de Guanajuato en la segunda mitad del siglo XVIII se ve en un fuerte
dilema, pues venía saliendo de una recesión en la actividad económica de mayor
importancia para ella, la minería, cuando le fueron aplicadas las Reformas Borbónicas.
La
situación se torna complicada porque, los postulados iniciales de beneficio a
quienes menos tienen y el acceso a las posiciones gubernamentales tan
largamente proclamadas nunca llegaron, antes bien, los ricos mineros que eran
los que podían acceder a los créditos, se vieron beneficiados por el acceso al
azogue a costos menores y la desaparición del trabajo por partido, quedándose
con todas las ganancias.
En
el otro lado quedan los trabajadores asalariados y operarios de las minas en
sus distintas modalidades sufrieron en mayor medida las penurias, a las que se
sumaron las medidas tomadas como represalia por su insurrección en favor de los
jesuitas, viéndose afectados no solo los trabajadores relacionados con la
minería, sino también aquellos que se dedicaban al comercio, pues ya quedaban
pocos o casi nadie que comprara sus productos.
El
panorama halagüeño que pintaba la bonanza en la minería, no alcanzó con sus
beneficios a todos, sino que fortaleció el coto de poder centrado en los
grandes mineros y no se abatió de ninguna manera la corrupción que tanto se
persiguiera con la implantación de las Reformas Borbónicas.
Bibliografía
Jáuregui de Cervantes, A. (1998). Relato histórico
de Guanajuato. Guanajuato: Ediciones la Rana.
Lara Meza, A. M. (2001). Haciendas de
beneficio en Guanajuato, tecnología y usos de suelo 1770-1780. Guanajuato:
Dirección Municipal de Cultura de Guanajuato.
Martín Torres, E. (2000). El
beneficio de la plata en Guanajuato 1686-1740. Guanajuato: Dirección
Municipal de Cultrua de Guanajuato.
Pietschmann, H. (1991). Consideraciones
en torno al protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución. La Nueva España
en el último tercio del siglo XVIII. Historia Mexicana, vol. XLI, oct.-dic,
Núm. 2, 162, 167-205.
Reza, A. L. (2001). Guanajuato Ciudad
Patrimonio, guía bibliográfica y documental para una historia urbana y
arquitectónica. Guanajuato: IISCH y PC.
Rionda Arreguín, I. (2001). Haciendas
de Guanajuato. Guanajuato: Ediciones la Rana.
Rodríguez Alvarado, L. M. (2000). La
mujer en la economía del Guanajuato de la segunda mitad del siglo XVIII. Un
intento para acercarnos a la historia social de los grupos sublaternos durante
la época de mayor auge minero en Santa Fe de Guanajuato: 1760-1810.
Guanajuato: Instituto de la Mujer Guanajuatense.
[1] (Lara Meza, 2001, pág. XI)
[2] Ibíd., pág. 17
[3] Ibíd., pág. XV
[4] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 44)
[5] (Martín Torres, 2000, pág. 22)
[6] (Lara Meza, 2001, pág. 75) , (Martín Torres, 2000, pág. 20)
[7] (Martín Torres, 2000, pág. 25)
[8] (Lara Meza, 2001, págs. 27-28)
[9] Ibíd., págs. 59-60
[10] Ibíd., pág. IX
[11] Ibíd., pág. XIV
[12] Ibíd., pág. XV
[13] Ibíd., pág. XII
[14] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 41)
[15] (Lara Meza, 2001, págs. 20-21) , (Rodríguez
Alvarado, 2000, pág. 41)
[16] (Rionda Arreguín, 2001, págs. 27-36)
[17] (Martín Torres, 2000, pág. 18)
[18] (Lara Meza, 2001, págs. 32-33)
[19] (Pietschmann, 1991)
[20] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 55)
[21] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 46)
[22] (Lara Meza, 2001, págs. 17-19, 26-27)
[23] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 50)
[24] (Lara Meza, 2001, pág. 24)
[25] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 56)
[26] (Reza, 2001, págs. 73-137)
[27] (Lara Meza, 2001, págs. 37-42)
[28] Ibíd., págs. 35-36
No hay comentarios:
Publicar un comentario