martes, 18 de diciembre de 2012

El problema de definición y autoadscripción del indio


El problema de definición y autoadscripción del indio

Introducción
Las ciencias sociales acostumbran usar  de manera intercambiable y como sinónimos referentes a  los pobladores autóctonos y sus descendientes términos tales como: grupos étnicos, grupos etnolinguísticos, pueblos, indígenas, indios, minorías étnicas y cualquier otra variante y combinación de los mismos, así que en este trabajo se hará uso de ellos de la tal manera.
El concepto del indio como categoría de investigación se ha ido perfilando con el paso de los siglos, surgiendo con el arribo de los conquistadores europeos que confundieran estas tierras con las similarmente denominadas ubicadas al oriente. Categoría empleada para designar al dominado y que, a través de los años no ha perdido tal connotación, pasando de una dominación exógena a otra interna, que desde la economía capitalista observa a los grupos étnicos como obstáculos para el desarrollo.
Se han dado movimientos de reivindicación en diversas partes del continente americano, unas más y otras menos exitosas, pero cuyos logros tarde o temprano pasan a segundo plano cuando los intereses económicos hegemónicos se ven amenazados por ellos, pues el acceso al poder económico y político real y efectivo les está vedado.

El INDIO como categoría
Término emergido de un error geográfico, la palabra Indio, se emplea tras la conquista del continente americano por los europeos para designar a todo aquel conquistado, al natural de estas tierras, sin importar su filiación cultural de origen, ya que estamos hablando de grupos culturales múltiples habitando las tierras conquistadas, de una gran diversidad interna que queda anulada, pues para el europeo resultó más fácil y práctico en términos administrativos, el enmarcarlos a todos dentro de una misma categoría de dominación, la del indio, que, a partir de ese momento, se le adjudica a una condición de vencido, de inferior, en la relación colonial, excluyente, contrastante, dividiendo colonizadores y colonizados en polos opuestos y antagónicos. Posteriormente se introduce una nueva categoría, la del mestizo, producto de la unión entre el europeo y el local, que, administrativamente, toma para si las labores de mediación, y que, aunque se mantienen dentro de la estructura de dominio como categoría social, son subordinados del estrato del colonizador (Bonfil Batalla, 1972, págs. 110-112).
Es en el periodo colonial donde comienza una “intensa acción aculturativa”, el europeo rompe las estructura sociales, se apropia del trabajo del indio, de sus tierras y le impide comunicarse de manera horizontal, crea enemistades artificiales (por agua y tierras principalmente) entre pueblos vecinos, que no pueden discutir sus diferencias de manera directa, sino que tienen que recurrir a las autoridades superiores, a los colonizadores, para que tomaran partido en los problemas que muchas veces ellos mismos habían creado (Bonfil Batalla, 1972, págs. 113,115-116).
Tras los movimientos de independencia, la conquista, la colonización ha pasado de una que viene del exterior a otra que surge de la tierra propia, un colonialismo interno exhibido bajo, una dominación económica capitalista que ve al indio como un freno para el avance nacional, estereotipándolo bajo viejos prejuicios, viéndolo como enemigo a dominar, a “civilizar”, e incluso, la misma persistencia del término indio indica la continuidad de la situación colonial a pesar de haber desaparecido el extranjero como dominador que le diera validez como categoría social (Bonfil Batalla, 1972, págs. 117-119). Si bien, durante la época colonial el intento civilizatorio no buscaba la igualación del indio a la categoría del colonizador, sino quitarle lo bárbaro mediante la evangelización preponderantemente, para que pudiera asumir eventualmente la categoría de humano, aunque siguiera tratándosele como a un discapacitado, como a un niño que no podía tomar sus propias decisiones, lo que queda demostrado por la persistencia de las castas durante todo el periodo colonial. Más adelante, con la construcción del estado nacional y la creación de los mitos de origen, se da preponderancia a este indio imaginario, que ya no existe y que nunca existió, aquel creado como arquetipo del mexicano mediante la expropiación selectiva de acontecimientos legendarios e históricos modificados a gusto y conveniencia, creando un pasado glorioso; mientras que al indio que todavía habita el recién perfilado “territorio nacional” se le intenta desaparecer, asimilarlo como ciudadano mexicano ante las leyes, negando su esencia y obligándolo a que deje a un lado sus costumbres y lengua, bajo amenaza represiva, directa o velada, en su contra; ahora las armas son la educación y la razón. La reticencia a acatar las órdenes del estado, en una política que luego se denominaría indigenismo, se traducía entonces en motivo y justificación para la supresión de los rebeldes en la búsqueda de consolidar una nación homogeneizadora y unificadora para el que el indio y sus lenguas resultaban ser un problema, una pesada carga económica, cultural y política (Barabas, 2000, págs. 13-15).
La tendencia de indigenismo incorporativo, con técnicas de planificación del cambio cultural inducido, continuó hasta bien entrada la década de 1970, cuando comenzaron a surgir movimientos indígenas que, en un inicio fueron contenidos y absorbidos por el partido en el poder, que los aprovechó como capital clientelar político a su favor, pero no pudo controlar a todos los grupos emergentes, cuyos movimientos dieron origen a un nuevo tipo de indigenismo, uno participativo y propositivo en lugar de peticionista, uno que reclama su lugar como agente social, económico y político, que exige los derechos tales como la autodeterminación política y el autogobierno de los grupos indígenas, el reconocimiento de la pluriculturalidad, el control de los recursos disponibles en sus territorios así como que estos no sean expropiados ni explotados en beneficio de terceros sino que se reconozca como propios del grupo que los habita o los ha habitado históricamente, que se les instituya como territorios étnicos, también pugnan por la generación de proyectos de desarrollo que consideren sus particularidades, y no solo proyectos apoyados desde arriba, de las esferas gubernamentales, sino también por proyectos que puedan desarrollar ellos mismos con la asesoría necesaria para su iniciación (Barabas, 2000, pág. 16).
Desde el tercer cuarto del siglo pasado los indios comenzaron a interesarse en recuperar la memoria de sus grupos, ya no se conforman con ser los protagonistas de “historias” que otros escriben, quieren participar activamente en la construcción de los resultados de las investigaciones, en tomar acción en la configuración de su propio destino, en recuperar la memoria que cimenta su identidad, “porque la identidad se fija en la memoria” (Cardoso de Oliveira, 2010, pág. 180). El indio, al tomar conciencia de si, busca reafirmar su identidad, aparecer como grupo étnico y ser reconocido como tal frente a los otros y frente a si mismos, la etnicidad se convierte en cuestión de honor, de llevar a la legalidad las peticiones y propuestas, de acceder al poder y organizarse activamente como actores sociales y políticos (Rustsch, 1995, pág. 155).

Como definir al indio, criterios de diferenciación de la otredad y construcción del concepto
Ahora bien, ¿cómo determinar la constitución la categoría del indio para que sea útil a la investigación?; se han sugerido diversos criterios para determinar la pertenencia a tal categoría:
a) Los indicadores biológicos, es decir, definir a los miembros por características raciales, pero debido al intenso mestizaje que se ha dado a través de los siglos, la “pureza” del tipo indígena no es viable como criterio.
b) El criterio lingüístico es otro de los empleados para definir al grupo, pero teniendo en cuenta que muchos sectores indígenas se reconocen como tales sin hablar su lengua originaria y que existen hablantes de este tipo de lenguas que no se asumen miembros de un grupo étnico, el criterio pierde fuerza explicativa y resulta insuficiente.
c) El criterio cultural surge entonces, bajo los indicadores de cultura material y espiritual, así como la lengua nativa, pero esto solo lleva a un contraste dicotómico con la cultura dominante, la hegemónica, haciendo hincapié directamente en la relación de dominación, llevando a un territorio polémico en su utilización. 
d) El cuarto criterio es el psicológico, es decir, el que los miembros del grupo étnico se asuman como tales, que sientan que pertenecen, que formen parte de la conciencia de grupo en la comunidad a que pertenecen, “que compartan ideales éticos, estéticos, sociales y políticos” (Caso, 1948) con los demás miembros con quienes colabora en “acciones y reacciones”, se establece entonces como un criterio con el trasfondo histórico de una entidad comunitaria, una etnia, con una trayectoria rastreable con “identidad propia y distintiva … con un pasado común, formas de relación y códigos de comunicación”.
La combinación de los últimos tres criterios, dando énfasis a uno u otro (principalmente el psicológico) es la más empleada en investigaciones recientes, si bien, debido a la gran diversidad cultural y a una historicidad muy rica que le acompaña y modifica de manera constante, es prácticamente imposible llegar a una definición que resulte válida para todos los casos, más bien se van conformando de acuerdo a los intereses particulares de la investigación, por lo que su utilidad se ve limitada, generalmente, al caso de estudio (Bonfil Batalla, 1972, págs. 106-109, 122).

Conclusiones
La categoría del indio, nacida para englobar al dominado, se construye y reconstruye históricamente a lo largo de poco más de cinco siglos, pero invariablemente incluye un componente de discriminación, que implica el deseo de su incorporación a la cultura hegemónica para “facilitar” el desarrollo del estado y la unidad bajo el amparo de un sentimiento nacionalista de pertenencia pero
no es la pluralidad étnica lo que entorpece la forja nacional, sino la naturaleza de las relaciones que vinculan a los diversos grupos (Bonfil Batalla, 1972, pág. 124).
El indio ha buscado con denuedo su reconocimiento, sobre todo en los últimos cuarenta años, desde que la educación que les fuera impuesta les diera las armas para acceder a los canales legales y legítimos para hacer oír su voz, y si bien hay ejemplos exitosos, en centro y sudamérica, en México tal reconocimiento se ve diluido en el tiempo, pues si bien, el levantamiento armado del 94 llamó la atención y logró la emisión de leyes que favorecieran el reconocimiento del pluriculturalismo nacional, estas leyes rara vez se han traducido en reglamentos que permitan su aplicación. Se sigue castigando al indio que no habla el castellano por no entender el idioma de las leyes, y el gran paso de reconocimiento para las lenguas autóctonas como nacionales ha dado reversa con la propuesta, avalada por reconocidos especialistas, de certificar el castellano como idioma oficial, lo que dejaría fuera de la jugada, nuevamente a quien no lo hable y/o entienda.
En cuanto a la definición del indio, debido a la riqueza pluricultural que encontramos en nuestro continente, resulta extremadamente difícil, si no es que poco útil a las investigaciones, el intentar generar una definición universalmente válida, por lo que solo queda proponer una descripción parcial de acuerdo a la información con que se cuente en base a la investigación y enfoque de que se trate para que la tras la redacción final de los informes presentados sea comprensible para quien reciba y analice.

Bibliografía
Barabas, A. M. (2000). La construcción del indio como bárbaro: de la etnografía al indigenismo. Alteridades, 10(19), 9-20.
Bonfil Batalla, G. (1972). El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial. Recuperado el 11 de Octubre de 2012, de CIESAS: http://www.ciesas.edu.mx/Publicaciones/Clasicos/articulos/bonfil_indio.pdf
Cardoso de Oliveira, R. (Mayo-Agosto de 2010). El indio hoy. Desacatos(33), 177-180.
Caso, A. (1948). Definición del indio y lo indio. América Indígena.
Rustsch, M. (Marzo de 1995). A propósito de "ser idnio otra vez". Nueva Antropología, XIV(047), 53-157.

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