martes, 18 de diciembre de 2012

El problema de definición y autoadscripción del indio


El problema de definición y autoadscripción del indio

Introducción
Las ciencias sociales acostumbran usar  de manera intercambiable y como sinónimos referentes a  los pobladores autóctonos y sus descendientes términos tales como: grupos étnicos, grupos etnolinguísticos, pueblos, indígenas, indios, minorías étnicas y cualquier otra variante y combinación de los mismos, así que en este trabajo se hará uso de ellos de la tal manera.
El concepto del indio como categoría de investigación se ha ido perfilando con el paso de los siglos, surgiendo con el arribo de los conquistadores europeos que confundieran estas tierras con las similarmente denominadas ubicadas al oriente. Categoría empleada para designar al dominado y que, a través de los años no ha perdido tal connotación, pasando de una dominación exógena a otra interna, que desde la economía capitalista observa a los grupos étnicos como obstáculos para el desarrollo.
Se han dado movimientos de reivindicación en diversas partes del continente americano, unas más y otras menos exitosas, pero cuyos logros tarde o temprano pasan a segundo plano cuando los intereses económicos hegemónicos se ven amenazados por ellos, pues el acceso al poder económico y político real y efectivo les está vedado.

El INDIO como categoría
Término emergido de un error geográfico, la palabra Indio, se emplea tras la conquista del continente americano por los europeos para designar a todo aquel conquistado, al natural de estas tierras, sin importar su filiación cultural de origen, ya que estamos hablando de grupos culturales múltiples habitando las tierras conquistadas, de una gran diversidad interna que queda anulada, pues para el europeo resultó más fácil y práctico en términos administrativos, el enmarcarlos a todos dentro de una misma categoría de dominación, la del indio, que, a partir de ese momento, se le adjudica a una condición de vencido, de inferior, en la relación colonial, excluyente, contrastante, dividiendo colonizadores y colonizados en polos opuestos y antagónicos. Posteriormente se introduce una nueva categoría, la del mestizo, producto de la unión entre el europeo y el local, que, administrativamente, toma para si las labores de mediación, y que, aunque se mantienen dentro de la estructura de dominio como categoría social, son subordinados del estrato del colonizador (Bonfil Batalla, 1972, págs. 110-112).
Es en el periodo colonial donde comienza una “intensa acción aculturativa”, el europeo rompe las estructura sociales, se apropia del trabajo del indio, de sus tierras y le impide comunicarse de manera horizontal, crea enemistades artificiales (por agua y tierras principalmente) entre pueblos vecinos, que no pueden discutir sus diferencias de manera directa, sino que tienen que recurrir a las autoridades superiores, a los colonizadores, para que tomaran partido en los problemas que muchas veces ellos mismos habían creado (Bonfil Batalla, 1972, págs. 113,115-116).
Tras los movimientos de independencia, la conquista, la colonización ha pasado de una que viene del exterior a otra que surge de la tierra propia, un colonialismo interno exhibido bajo, una dominación económica capitalista que ve al indio como un freno para el avance nacional, estereotipándolo bajo viejos prejuicios, viéndolo como enemigo a dominar, a “civilizar”, e incluso, la misma persistencia del término indio indica la continuidad de la situación colonial a pesar de haber desaparecido el extranjero como dominador que le diera validez como categoría social (Bonfil Batalla, 1972, págs. 117-119). Si bien, durante la época colonial el intento civilizatorio no buscaba la igualación del indio a la categoría del colonizador, sino quitarle lo bárbaro mediante la evangelización preponderantemente, para que pudiera asumir eventualmente la categoría de humano, aunque siguiera tratándosele como a un discapacitado, como a un niño que no podía tomar sus propias decisiones, lo que queda demostrado por la persistencia de las castas durante todo el periodo colonial. Más adelante, con la construcción del estado nacional y la creación de los mitos de origen, se da preponderancia a este indio imaginario, que ya no existe y que nunca existió, aquel creado como arquetipo del mexicano mediante la expropiación selectiva de acontecimientos legendarios e históricos modificados a gusto y conveniencia, creando un pasado glorioso; mientras que al indio que todavía habita el recién perfilado “territorio nacional” se le intenta desaparecer, asimilarlo como ciudadano mexicano ante las leyes, negando su esencia y obligándolo a que deje a un lado sus costumbres y lengua, bajo amenaza represiva, directa o velada, en su contra; ahora las armas son la educación y la razón. La reticencia a acatar las órdenes del estado, en una política que luego se denominaría indigenismo, se traducía entonces en motivo y justificación para la supresión de los rebeldes en la búsqueda de consolidar una nación homogeneizadora y unificadora para el que el indio y sus lenguas resultaban ser un problema, una pesada carga económica, cultural y política (Barabas, 2000, págs. 13-15).
La tendencia de indigenismo incorporativo, con técnicas de planificación del cambio cultural inducido, continuó hasta bien entrada la década de 1970, cuando comenzaron a surgir movimientos indígenas que, en un inicio fueron contenidos y absorbidos por el partido en el poder, que los aprovechó como capital clientelar político a su favor, pero no pudo controlar a todos los grupos emergentes, cuyos movimientos dieron origen a un nuevo tipo de indigenismo, uno participativo y propositivo en lugar de peticionista, uno que reclama su lugar como agente social, económico y político, que exige los derechos tales como la autodeterminación política y el autogobierno de los grupos indígenas, el reconocimiento de la pluriculturalidad, el control de los recursos disponibles en sus territorios así como que estos no sean expropiados ni explotados en beneficio de terceros sino que se reconozca como propios del grupo que los habita o los ha habitado históricamente, que se les instituya como territorios étnicos, también pugnan por la generación de proyectos de desarrollo que consideren sus particularidades, y no solo proyectos apoyados desde arriba, de las esferas gubernamentales, sino también por proyectos que puedan desarrollar ellos mismos con la asesoría necesaria para su iniciación (Barabas, 2000, pág. 16).
Desde el tercer cuarto del siglo pasado los indios comenzaron a interesarse en recuperar la memoria de sus grupos, ya no se conforman con ser los protagonistas de “historias” que otros escriben, quieren participar activamente en la construcción de los resultados de las investigaciones, en tomar acción en la configuración de su propio destino, en recuperar la memoria que cimenta su identidad, “porque la identidad se fija en la memoria” (Cardoso de Oliveira, 2010, pág. 180). El indio, al tomar conciencia de si, busca reafirmar su identidad, aparecer como grupo étnico y ser reconocido como tal frente a los otros y frente a si mismos, la etnicidad se convierte en cuestión de honor, de llevar a la legalidad las peticiones y propuestas, de acceder al poder y organizarse activamente como actores sociales y políticos (Rustsch, 1995, pág. 155).

Como definir al indio, criterios de diferenciación de la otredad y construcción del concepto
Ahora bien, ¿cómo determinar la constitución la categoría del indio para que sea útil a la investigación?; se han sugerido diversos criterios para determinar la pertenencia a tal categoría:
a) Los indicadores biológicos, es decir, definir a los miembros por características raciales, pero debido al intenso mestizaje que se ha dado a través de los siglos, la “pureza” del tipo indígena no es viable como criterio.
b) El criterio lingüístico es otro de los empleados para definir al grupo, pero teniendo en cuenta que muchos sectores indígenas se reconocen como tales sin hablar su lengua originaria y que existen hablantes de este tipo de lenguas que no se asumen miembros de un grupo étnico, el criterio pierde fuerza explicativa y resulta insuficiente.
c) El criterio cultural surge entonces, bajo los indicadores de cultura material y espiritual, así como la lengua nativa, pero esto solo lleva a un contraste dicotómico con la cultura dominante, la hegemónica, haciendo hincapié directamente en la relación de dominación, llevando a un territorio polémico en su utilización. 
d) El cuarto criterio es el psicológico, es decir, el que los miembros del grupo étnico se asuman como tales, que sientan que pertenecen, que formen parte de la conciencia de grupo en la comunidad a que pertenecen, “que compartan ideales éticos, estéticos, sociales y políticos” (Caso, 1948) con los demás miembros con quienes colabora en “acciones y reacciones”, se establece entonces como un criterio con el trasfondo histórico de una entidad comunitaria, una etnia, con una trayectoria rastreable con “identidad propia y distintiva … con un pasado común, formas de relación y códigos de comunicación”.
La combinación de los últimos tres criterios, dando énfasis a uno u otro (principalmente el psicológico) es la más empleada en investigaciones recientes, si bien, debido a la gran diversidad cultural y a una historicidad muy rica que le acompaña y modifica de manera constante, es prácticamente imposible llegar a una definición que resulte válida para todos los casos, más bien se van conformando de acuerdo a los intereses particulares de la investigación, por lo que su utilidad se ve limitada, generalmente, al caso de estudio (Bonfil Batalla, 1972, págs. 106-109, 122).

Conclusiones
La categoría del indio, nacida para englobar al dominado, se construye y reconstruye históricamente a lo largo de poco más de cinco siglos, pero invariablemente incluye un componente de discriminación, que implica el deseo de su incorporación a la cultura hegemónica para “facilitar” el desarrollo del estado y la unidad bajo el amparo de un sentimiento nacionalista de pertenencia pero
no es la pluralidad étnica lo que entorpece la forja nacional, sino la naturaleza de las relaciones que vinculan a los diversos grupos (Bonfil Batalla, 1972, pág. 124).
El indio ha buscado con denuedo su reconocimiento, sobre todo en los últimos cuarenta años, desde que la educación que les fuera impuesta les diera las armas para acceder a los canales legales y legítimos para hacer oír su voz, y si bien hay ejemplos exitosos, en centro y sudamérica, en México tal reconocimiento se ve diluido en el tiempo, pues si bien, el levantamiento armado del 94 llamó la atención y logró la emisión de leyes que favorecieran el reconocimiento del pluriculturalismo nacional, estas leyes rara vez se han traducido en reglamentos que permitan su aplicación. Se sigue castigando al indio que no habla el castellano por no entender el idioma de las leyes, y el gran paso de reconocimiento para las lenguas autóctonas como nacionales ha dado reversa con la propuesta, avalada por reconocidos especialistas, de certificar el castellano como idioma oficial, lo que dejaría fuera de la jugada, nuevamente a quien no lo hable y/o entienda.
En cuanto a la definición del indio, debido a la riqueza pluricultural que encontramos en nuestro continente, resulta extremadamente difícil, si no es que poco útil a las investigaciones, el intentar generar una definición universalmente válida, por lo que solo queda proponer una descripción parcial de acuerdo a la información con que se cuente en base a la investigación y enfoque de que se trate para que la tras la redacción final de los informes presentados sea comprensible para quien reciba y analice.

Bibliografía
Barabas, A. M. (2000). La construcción del indio como bárbaro: de la etnografía al indigenismo. Alteridades, 10(19), 9-20.
Bonfil Batalla, G. (1972). El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial. Recuperado el 11 de Octubre de 2012, de CIESAS: http://www.ciesas.edu.mx/Publicaciones/Clasicos/articulos/bonfil_indio.pdf
Cardoso de Oliveira, R. (Mayo-Agosto de 2010). El indio hoy. Desacatos(33), 177-180.
Caso, A. (1948). Definición del indio y lo indio. América Indígena.
Rustsch, M. (Marzo de 1995). A propósito de "ser idnio otra vez". Nueva Antropología, XIV(047), 53-157.

Disolución de la Unión Soviética desde la perspectiva del Materialismo Cultural


Disolución de la unión soviética
desde la perspectiva del Materialismo Cultural

INTRODUCCIÓN
Bajo la óptica del materialismo cultural se puede llegar a una aproximación que nos permita entender la caída de ese intento monumental de la implantación de las teorías del materialismo cultural, el sistema socialista de la Unión Soviética, y ver que desde un inicio, el resultado no era prometedor, pues se privilegió el sistema simbólico-ideacional por sobre el estructural y el infraestructural que pudiera sustentarlo, la política, la burocracia y la administración mal dirigidas cavaron lentamente la tumba del sistema que deberían haber sostenido al no cubrir las necesidades de la población a la que supuestamente estaban para servir, el proletariado que estaba llamado haber sido el líder del movimiento, y no servirse de ellos para concentrar poder político y económico en un grupo privilegiado de burócratas miembros del partido oficial. Se obsesionaron con conservar el poder y bloquearon los adelantos tecnológicos y el desarrollo de los mismos en el propio territorio,  por miedo a que estos pudieran actuar en su contra, por miedo de que la difusión de la información y el conocimiento pudiera destronarlos, bloqueando de manera efectiva la mejora en la productividad e innovaciones que hubiesen garantizado su pervivencia.

EL MATERIALISMO CULTURAL
El Materialismo Cultural enuncia la primacía de la infraestructura que, entendida como las prácticas de producción predominantes para asegurar el modo de subsistencia, articulando esta con la estructura que denota el esfuerzo económico. Este principio nos dice que cualquier innovación que surja en el campo de la infraestructura, tendrá mayores probabilidades de preservarse y propagarse cuanto más eficiente demuestre ser en los procesos productivos y reproductivos, así como en la satisfacción de las necesidades básicas del hombre (Harris, 2007, pág. 82).
Establece un determinismo probabilístico, pues parece saber el destino del sistema, salvo que no se establece por el cumplimiento de leyes causales, sino que se puede estipular el camino más probable en base a la selección entre las opciones posibles de aquella que resulte más favorable al analizar las consecuencias que elegirla acarrearía.  Aunque no todo se puede calcular en función de las consecuencias, un rasgo que no responde a la probabilidad puede ser elegido y/o preservado por el grupo en el poder, como es el caso que tratamos en este ensayo, la Unión Soviética, preservó varios de estos rasgos disfuncionales o inadaptativos que, al perpetuarse y reforzarse en el sistema contribuyeron a la caída de una de las más grandes potencias económicas y militares del siglo XX (Harris, 2007, págs. 82-84).
Por otro lado, la superestructura, ese componente simbólico-ideacional, puede ser empleado para movilizar a la población hacia un cambio sociocultural en la medida en que contribuya a retroalimentar las condiciones siempre cambiantes de la infraestructura (Harris, 2007, págs. 85-87).

DESMORONAMIENTO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
La unión soviética, primer experimento de la aplicación de los principios marxistas modificados –considerando que no se pasó del capitalismo al comunismo, sino que se saltaron la etapa capitalista pasando de un feudalismo de transición directamente a un comunismo de estado, autoritario, no liderado por el proletariado, sino por un grupo burocrático que asumió el poder político y económico rigiendo desde la cúpula del partido único, el Partido Comunista soviético (Harris, 2007, pág. 103)– que comenzara con la Revolución de 1917 y llegara a su fin al término del año 1991, oficializándola públicamente con la sustitución de la bandera de la Unión Soviética en el Kremlin con la tricolor Rusa (Sánchez Sánchez, 1996, pág. 284). Se le llamó el fracaso del socialismo, de las teorías marxistas, pero difícilmente se puede considerar como tal tener en cuenta las modificaciones realizadas a la teoría postulada por Marx; la caída, en todo caso, fue del marxismo-leninismo.
La URSS comenzó a mostrar resultados contradictorios en el terreno comercial desde la década de 1970, pues ya comenzaba a ser evidente la desproporción comercial entre sus exportaciones y sus importaciones; pero la situación se volvió insostenible a mediados de los 80’s, cuando ya no fue capaz de producir los bienes de consumo siquiera para satisfacer las necesidades de su población, menos aún para exportar algo. En el ínterin de este periodo debieron permitirse las importaciones, sobre todo de equipos industriales y tecnología, pues el sistema productivo necesitaba modernizarse para mantenerse mínimamente competitivo, lo que llevó al crecimiento exponencial del endeudamiento hacia el exterior. Estas circunstancias, aunadas a la ineficiencia de la planeación central y la enorme red de corrupción que se perpetuaba en un ciclo que se retroalimentaba de manera constante y consistente, el enorme peso de los gastos destinados a la milicia, el retraso tecnológico y la desmotivación de la mano de obra, llevaron a la economía a una crisis insoslayable, que ya no podía ocultarse más ante el mundo, tocando el final de la década de los 80 y esta crisis requería una reforma a profundidad, aprobada por el Soviet Supremo en noviembre de 1990, que incluía cambios tanto en el ámbito económico como en el político, a tal grado que el Partido Comunista ya no tuvo cabida en el resultado final.  La libertad de expresión –bajo la forma de política glasnost para la difusión y cuyos objetivos eran hacer del conocimiento público las fallas, deficiencias, ineficiencias y corrupción del sistema y terminara descubriendo que tales problemas eran aún más profundos de lo que el gobierno pudiera imaginar (Miranda, pág. 143)–,  acompañó a la democratización exigida por la liberación del mercado puso en tela de juicio todos los postulados dogmáticos del sistema y exhibió sus fallos, colaborando así con su caída (Sánchez Sánchez, 1996, págs. 284-286).
Ahora, analicemos un poco más a profundidad las circunstancias que llevaron al desmoronamiento del sistema socialista en la Unión Soviética, el cómo es que la crisis económica y de abastecimiento llegó al punto insostenible.  La economía política y la planeación desde el estado fallaron en cuanto a su prospectiva, debido a la elevada burocratización del propio sistema no pudieron mantenerse al día con los avances en infraestructura que le hubieran permitido sobrevivir, no tuvieron la visión para actualizar sus criterios, para adoptar avances tecnológicos, demográficos, medioambientales y sobre todo económicos.  Los sistemas de producción industrial contaban con maquinaria ineficiente, anticuada y que pronto quedó obsoleta ante la falta de actualización y mantenimiento. Había que mantener cuotas de producción, lo que importaba era la cantidad y no la calidad, para mantener las cuotas dentro de los niveles aceptables y al mismo tiempo contar con los medios suficientes para abastecerse, muchas empresas debían bajar la calidad en sus insumos, claro que también debían considerar en sus costos los sobornos y compensaciones económicas ilegales que debían ofrecer a funcionarios y proveedores para contar en tiempo y forma con los materiales necesarios, así como la entrega de la producción entregada en su destino.  Los retrasos en la entrega de la producción traían como consecuencia el racionamiento, que a su vez generaba el acaparamiento por parte de los distribuidores y productores, que guardaban una parte para utilizarla como pago por favores y otra para abastecer a sus familiares y amigos, fortaleciendo así las redes de reciprocidad internas que mejoraban sus posibilidades de subsistencia ante un régimen que promovía explícitamente el bienestar para todos y que en la práctica concentraba los beneficios en un selecto grupo, dándose la informalidad en un espacio donde lo formal resulta ineficiente; ahí es donde se encuentra el caldo de cultivo propicio para su florecimiento y perpetuación, pues el intercambio informal tiende a generalizarse cuanto más sea la escasez de los bienes y servicios que se intercambian y cuanto más fuertes sean los controles que pretende ejercer el sistema para evitarlos, ya que
Cuanto más se formaliza, regula y planifica burocráticamente un sistema social que … no satisface las necesidades de la sociedad, tanto más suelen crearse mecanismos informales que escapan al control del sistema (Adler Lomnitz, 1994, pág. 137)
Pero, cuando la situación de escases se mantiene por mucho tiempo el intercambio informal, la economía subterránea,  se autoperpetua hasta el punto en que ya no se puede distinguir si se trata de la consecuencia o de la causa de la ineficiencia del sistema, no favorece a que se mejore la planificación central y sí al deterioro del sistema pues va en contra los valores y la ideología del mismo (Adler Lomnitz, 1994, págs. 152-153).
Y cómo es que resultaba tan poco eficiente la planificación, para comprender eso hay que considerar que la planificación central la llevaba a cabo la nomenklatura, una élite de administradores poco enterados de la realidad, que fijaba las cuotas de acuerdo a expectativas irreales e irrealizables que hicieran “quedar bien” al sistema y no en las posibilidades y necesidades reales, incrementando a discreción las cantidades que, de acuerdo a sus metas, debían seguir creciendo de manera proporcional al tiempo y el crecimiento poblacional, sin proporcionar incentivos a los trabajadores que al cubrir su cuota recibían sus bonos de producción, pero estos no se incrementaban si producían más, por lo que las empresas se veían forzadas a proporcionar datos poco verídicos que cumplieran las normativas impuestas (Adler Lomnitz, 1994, págs. 154-155).

CONCLUSIONES
El sistema de comunismo estatal que pervivió en la Unión Soviética por poco más de setenta años llegó a su fin, y este resultaba previsible desde el análisis del materialismo cultural, pues durante su desarrollo se privilegió el enfoque político-ideológico por sobre los más importantes, la infraestructura que permitiera el crecimiento y la economía que, aparejada al anterior y aplicados ambos a los medios de producción apuntalaran la sustentabilidad del proyecto nacional.
La ineficiencia del sistema ante la solución a los problemas y necesidades nacionales se ciclaba y perpetuaba en la corrupción y la economía informal que permitía conseguir por medios ilícitos aquello a lo que no se podía tener acceso bajo la normatividad establecida por el sistema.
El descontento social ante las condiciones de vida que se tornaban cada vez más difíciles sirvió para la movilización intelectual que ante la apertura de las comunicaciones, diera el golpe final a un sistema que se estaba desmoronando y a punto de caer de manera definitiva.

BIBLIOGRAFÍA
Adler Lomnitz, L. (1994). Redes sociales, cultura y poder: ensayos de Antropología. México: FLACSO-Porrúa.
Harris, M. (2007). Teorías sobre la cultura en la era posmoderna. Barcelona: Crítica.
Miranda, C. (s.f.). El fin de la URSS, la Glasnost y sus efectos. Estudios Públicos, 163-180.
Sánchez Sánchez, J. (1996). La caída de la URSS y la difícil recomposición del espacio ex-soviético. Papeles de Geografía(23-24), 283-298.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Haciendas de Beneficio

El beneficio de la plata en Santa Fe de Guanajuato durante la segunda mitad del siglo XVIII

Introducción


La ciudad de Guanajuato en la segunda mitad del siglo XVIII, el panorama se veía prometedor con la introducción de las Reformas Borbónicas, con la disminución en los precios del azogue y otras materias primas para la localidad, así como el apoyo para la obtención de créditos y las facilidades legales, pero esto solo podía ser aprovechado por pocos.  Lo que se intenta mostrar con este trabajo es que las buenas intenciones para la reactivación de la actividad minera que intentaba lograr la corona con las medidas favorecedoras no mejoraron las condiciones ni permitieron que se diera un desarrollo prometedor para la actividad, que terminó concentrando cada vez más el poder en lugar de permitir el acceso y participación de un mayor número de habitantes, que el poder no cambió de manos y no se facilitó así una mejor administración de la actividad ni de la localidad.

Haciendas de Beneficio
Las ciudades, sean o no planeadas en el trazo de sus vialidades y manzanas, finalmente terminan respondiendo en su configuración a las actividades sociales que en ellas se desarrollan, las ciudades cambian y se construyen incesantemente a la par que se organiza la sociedad, reconfigurándolas con cada cambio de acuerdo a lo que van necesitando, principalmente atendiendo a sus procesos de producción[1].  La ciudad de Guanajuato no es la excepción, más bien es el ejemplo de aquella localidad que responde más a las necesidades de su población que a cualquier programa que hubiera podido realizarse para su crecimiento y hacia el siglo XVIII, que cubre el periodo de nuestro estudio, la necesidad primordial a la que atiende es la proveniente de la actividad minera.
La ciudad de Guanajuato nace debido a la solicitud de mercedes por parte de algunos españoles como Juan de Jasso “El Viejo”, Alonso Rodríguez Correas, Sebastián Rodríguez, Duarte Jorge y otros, que buscaban instalar haciendas de beneficio, pues ya estaban trabajando las minas para esa época.  El Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato fue declarado en la categoría de ciudad por Real Cédula en 1741[2].
El auge de la minería fue desplazando poco a poco las haciendas de beneficio hacia la periferia y cediendo los espacios del centro para el uso común, para vivienda, gobierno, comercio, etc.  Pero, para el siglo XVIII, todavía existían algunas haciendas de beneficio dentro del casco urbano, solo que no son las más grandes, sino algunas de tamaño pequeño o mediano[3]; el resto ya se ubicaban extramuros para esta época, aunque todas siguiendo el trazo que les permitía la corriente de los ríos, de preferencia sobre el río principal, del que ahora se reconoce su trazo en los túneles más antiguos y que se dirige hacia lo que entonces fuera el Real del Marfil, terrenos por los que aún circula la corriente fluvial.
La actividad minera se divide en dos partes, la extracción y el beneficio de los minerales.  La plata extraída en Guanajuato es, en su mayor parte, de baja ley, y para el beneficio del mineral que la contiene se utiliza el método de amalgamación o de patio; mientras que para la plata de alta calidad, el método apropiado es el de fundición. 
El método de patio se llamaba así porque se utilizaban varios patios abiertos o cerrados en las haciendas de beneficio, uno se empleaba para preparar los minerales (patio de beneficio) y los demás para alojar a los animales, caballos y mulas que se empleaban para mover los molinos para triturar el mineral[4], también requería de un lavadero de minerales.  En cuanto a los materiales que se requerían para el beneficio, se encuentran el azogue o mercurio, la sal, cal, “magistral” o piritas de cobre, hierro, cueros, telas y mulas[5]
El método de fundición, por otro lado, requería de la existencia de un horno de fundición, albergado por lo general dentro de una galera de piedra, adobe y tejamanil, vasos con ruedas, ejes, gualdras, fuelles, levas y mulas para alimentar y mantener el fuego del horno, también contaban con un molino y varios aposentos para el deslame, la greta y herramienta, los polvillos, para las habitaciones del mayordomo y su ayudante, graneros y caballerizas, aun así requerían menos espacio que para el beneficio por el método de patio.[6]  La ubicación estratégica de las haciendas de beneficio era en las riberas de un río, debido a que el agua era indispensable para el beneficio del mineral, para su remojado y lavado, también lo era para el consumo de trabajadores y animales; y, en tiempo de lluvias, cuando arreciaba la corriente, era de suma utilidad el emplear la fuerza hidráulica para mover los molinos de rueda de madera.  También se realizaba el desagüe de la ganga o desperdicios hacia el río.[7]
Hacia el siglo XVIII la actividad minera aglutina la mayor parte de la población de la ciudad de Guanajuato, una población que hacía uso de los espacios urbanos, que a más de realizar su trabajo, socializaba y adquiría los productos que el comercio ofrecía.  En este siglo, se tiene registro de 142 minas trabajando, 7 empleaban el sistema de pago a raya y partido, 8 por partido, y no eran las más productivas, el resto pagaba a jornal a los operarios.[8] En cuanto al número de haciendas de beneficio, este haciende a un total de 30 en el Real de Santa Fe, y se eleva hasta las 50 si se consideran las del Real de Marfil.[9]
Para la década de 1770 se produjo en las minas del Real de Santa Fe de Guanajuato un auge en la producción, lo que trajo consigo una demanda elevada de sitios adecuados para el procesamiento del mineral, generándose en el proceso las esperadas especulaciones[10], aprovechadas principalmente por aquellos que más tenían y segregando a aquellos que no podían acceder siquiera a un crédito para poder adquirir una propiedad, algunos de ellos, a pesar de contar con una mina en propiedad, al ser productores de bajas cantidades de mineral, se veían en la necesidad de venderlo a los rescatadores al no poder beneficiarlo ellos mismos o bien, los más afortunados, a tratar el mineral en zangarros propios, pequeños espacios de producción[11] que no contaban con todos los espacios necesarios para el beneficio del mineral como era el caso de las haciendas, pero que permitían el beneficio de la plata de baja ley de manera básica; o bien a llevarlo a las llamadas Haciendas refaccionarias, que se dedicaban a la maquila por un porcentaje de la plata beneficiada[12].
 Los mejores lugares para el beneficio de la plata eran los que se ubicaban adyacentes a las corrientes de agua; pero también se necesitaba otro tipo de espacios, para vivienda, comercio y gobierno. [13]  En esta década se intensifican, debido a lo mencionado anteriormente, las transacciones inmobiliarias, los remates, las cesiones, los traspasos, arrendamientos y ventas, además de las fracciones de los terrenos de las cuadrillas de las haciendas, terrenos originalmente destinados a la construcción de las viviendas de los operarios de las haciendas y que luego tomaron muchas y variadas funciones, expulsando a las viviendas a terrenos aledaños, propiamente considerados como de la ciudad, parte de sus barrios.
Entre 1750 y 1760 se había producido una fuerte crisis en la minería local, provocada por la ausencia de capital para invertir en la industria, la mayoría de los mineros no tenían acceso a créditos por no tener con que respaldarlos, por lo que mantener trabajando las minas, o subsanar los gastos que acarreaba el sacar el agua de tiros inundados y crear sistemas de desagüe, remediar los derrumbes, abrir nuevos tiros y frentes, y el pago de la mano de obra no siempre quedaba dentro de su alcance económico,[14] se recurría entonces a los buscones, operarios sin sueldo que trabajaban por la mitad de lo que lograban extraer, y al trabajo por partido, de operarios asalariados que trabajaban turnos extra entregando la mitad de lo extraído al dueño y conservando para sí la otra mitad; para mantener trabajando las minas.  Estos trabajadores (buscones y trabajadores por partido), vendían su mineral a los rescatadores, que eran dueños de haciendas de beneficio o simples intermediarios que compraban el mineral en bruto y lo beneficiaban ellos o lo vendían a las haciendas de beneficio.[15] 
Las Reformas Borbónicas permitieron ahorrar costos de producción, tiempo y mano de obra, se redujo el precio del azogue (producto sujeto al monopolio del Estado), a una cuarta parte en Guanajuato, gracias a la intervención de Gálvez; lamentablemente los inversionistas medianos no tuvieron acceso a los beneficios por no contar con acceso a créditos, los más beneficiados fueron los dueños de las grandes minas, como veremos a continuación, situación que se agravó con las medidas represoras del levantamiento de 1767.
Los grandes propietarios de minas contaban por lo general con sus propias haciendas donde beneficiar el mineral que extraían, ahorrando así el pago de intermediarios en el proceso, algunos incluso conjuntaban en una hacienda varias de las actividades que necesitaban para mantener sus operaciones, por ejemplo la hacienda San José de Burras, perteneciente a la mina de Rayas, que producía a la vez animales de carga y trabajo para las haciendas y minas, cargas de maíz para sustentar trabajadores y animales y dentro de sus terrenos también se beneficiaba el mineral obtenido de las minas,[16] otro ejemplo, es la Hacienda de San José de Las Ánimas (beneficio), que cambiaba su nombre para la parte de labor a Hacienda de santa Catalina de Las Cuevas, aunque no dejara de ser una y la misma.[17]
Por otro lado, los mineros que no contaban con el capital necesario o el acceso a créditos no podían siquiera acceder a beneficios legales, sujetándose a los caprichos y corrupción de las autoridades, además de tener que vender su mineral a bajo precio a los rescatadores, que resultaban enormemente beneficiados con los tratos que hacían al adquirir los minerales de esta manera, pudiendo llegar a adquirir sus propios zangarros para beneficiar ellos mismos el material, cosa que pocos mineros sin capital podían llegar a conseguir, aunque si podían llegar a arrendarlos.[18]
Mientras que las reformas borbónicas buscaban acabar con los cotos de poder[19], fue otra la consecuencia que tuvieron en la ciudad de Guanajuato sobre la actividad minera.  En la segunda mitad del siglo XVIII, con la introducción de las “Reformas Borbónicas” se implantaron una serie de cambios en el ámbito político y fiscal, económicos, administrativos y militares.  En cuanto a la minería, repercutió inicialmente en el sector de la extracción. 
Gálvez mismo, quien viniera a la Nueva España a aplicar las Reformas Borbónicas,  visitó Guanajuato, pero fue para castigarlo por el levantamiento que hicieran para proteger a los Jesuitas de ser expulsados de su ciudad, cosa que finalmente sucedió en 1767.  Entre las medidas represivas que fueron aplicadas, estuvieron aquellas hechas efectivas contra los trabajadores de las minas, donde se les prohibía trabajar por partido, se aplicaron reglamentos más restrictivos y se aumentaron las exigencias fiscales. 
Resultaron favorecidos con esto quienes más tenían, pues, a más de no tener que compartir el mineral a partes iguales con los trabajadores en turnos extra, al recortar los ingresos que los operarios estaban acostumbrados a recibir, sujetaban su acceso a los productos del comercio a lo que se vendía en las tiendas de las minas, en las que, aunque los precios eran exorbitantemente altos, podían adquirir los productos que necesitaban contando con crédito, pues sus ingresos no alcanzaban para comprar en el comercio local, endeudándose cada vez más con sus patrones y quedando atados a la mina con la que tenían el crédito. 
Esta misma situación afectaba al comercio local, que veía mermados sus ingresos al disminuir el número de compradores.  Incluso las mujeres tuvieron que trabajar para mejorar la situación familiar, algunas se empleaban como pepenadoras de mineral en las haciendas de beneficio,[20], colocándose en alguno de los patios donde separaban el mineral de las piedras simples portando como vestimenta unas enaguas a media pierna, de franela color rojo grana.[21] Por otro lado, los grandes inversionistas, los “grandes mineros”  encontraron allanado el camino para agrandar sus haciendas y minas, al aumentar sus ingresos debido a estas circunstancias, podían también reinvertir en la extracción y mantenimiento de las minas.[22]  Las minas de mayor producción en Guanajuato eran la de Valenciana, también conocida como de Animas; la de San Juan de Rayas y la de Mellado; todas abolieron el partido, pero conservaron a los buscones para explotar las vetas de difícil acceso.
El sistema de pago por partido permitía que la riqueza se distribuyera entre un mayor número de personas, parte se destinaba al comercio y a los establecimientos prestadores de servicios; la liquidez era palpable y también se beneficiaba el dueño de la mina que también recibía ganancias.  La abolición del partido le restó fuerza y poder adquisitivo a la clase trabajadora, y no fue el único recorte que tuvieron; Gálvez impuso también restricciones en cuanto a la sumisión que los trabajadores debían prestar ante los administradores y mandos de las minas y haciendas, quienes podían ejercer mano dura para castigar la insurrección del 76 y prevenir otras similares, pues hay que recordar que tan solo un año antes se habían producido desmanes y destrozos debido al establecimiento del estanco de tabaco que lo convertía en monopolio del Estado[23], acallando con ello su espíritu mediante el castigo económico (que era el único permitido por la reglamentación) y derivándolo también en corporal abusando de sus atribuciones. 
Otra medida económica fue la carga impositiva sobre el maíz y la harina en reales por fanega, uno por el maíz y dos por la harina, eximiendo de pago al grano destinado a la alimentación de los animales que trabajaban en minas y haciendas de beneficio para no perjudicar a la minería.  Hubo un tributo más para el pueblo de Guanajuato, uno que pagaba el Tribunal de Minería, tasado en 8 mil pesos anuales.
Con la bonanza minera de la década de 1770 surgió un aumento en la demanda de tierra para haciendas de beneficio, redimiendo terrenos y haciendas “en manos muertas” para su trabajo y, debido a la necesidad de sitios para el beneficio del mineral, eran susceptibles de crédito, siendo ellas mismas garantía para el pago de lo prestado.
Las ganancias obtenidas en las haciendas no se reflejaban en la extracción del mineral, el dinero obtenido lo invertían en la compra de mineral, en la mejora y mantenimiento de las propias haciendas, mas no en las minas, fallando en aprovechar una fuente crediticia que hubiera cerrado el ciclo de ganancias para todos, pues las minas, aún funcionando en una fracción de su capacidad, siempre proporcionaban ganancias, al menos en la temporalidad que estamos analizando.[24]  Un crédito que si era aprovechado por la producción minera, por aquellos mineros de no tenían acceso a los que ofrecían los bancos, era el que otorgaban las prestamistas, algunas de ellas, mujeres que trabajaban en la prostitución que se habían beneficiado de la bonanza minera con la fuerte afluencia de nuevos pobladores atraídos por la minería.[25]
Un problema que acarreaban las haciendas de beneficio y los zangarros, era que al arrojar los desperdicios: el cascajo y la ganga al río, lo azolvaban con mucha frecuencia y eran requeridos en auto los vecinos de la zona para que limpiaran la caja del río, por el peligro de inundación que acarrearía el que en tiempo de lluvias el río un tuviera el cauce suficiente para desalojar las aguas y se desbordara sobre las zonas habitadas, con perjuicio también para las haciendas, que al quedar inundadas no solo veían interrumpido el trabajo, sino que además perdían los animales que no podían escapar del caudal e incluso algunos de sus trabajadores que fueran arrastrados por la corriente o perecieran ahogados.[26]
Se ha dicho con anterioridad, que los trabajadores no vivían ya, para el siglo XVIII en las cuadrillas, terrenos que originalmente les fueran destinados dentro de las haciendas de beneficio, en su mayoría se habían trasladado a los barrios de la ciudad, aunque hay un caso documentado de un barrio que se encuentra ubicado al interior de un terreno de cuadrilla de hacienda, se trata del barrio de Tepetapa, ubicado al interior de la cuadrilla de la hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe conocida por de Pardo, pero esto no significa una prueba contundente de que los barrios tuvieran su origen en las cuadrillas de las haciendas pues, así como algunas haciendas de tamaño mediano o pequeño se ubicaban al interior de ciertos barrios, algunos barrios se ubican en los límites de las cuadrillas o bien son totalmente independientes de ellas.  La ciudad de Guanajuato contaba ya, para el siglo XVIII, con 9 barrios y cerca de 9000 habitantes (sin contar a los menores y discapacitados).[27]
Por su parte, en el centro reservaba sus terrenos para la habitación de los pobladores de mayores recursos, para construcciones públicas como las casas del cabildo, la casa del Real Ensaye, la Alhóndiga, la Real Caja, el rastro y la cárcel; así como templos de órdenes religiosas como los Betlemitas, los Franciscanos, los Dieguinos y los Jesuitas (hasta su expulsión).[28]
Algunas instituciones complementarias al beneficio del mineral son el Real Ensaye, cuya función consistía en certificar el peso y la pureza de las barras de plata antes de que fueran marcadas sus oficiales eran el ensayador y balanzario de la plata y los oficiales reales.  La otra era la Caja Real de Guanajuato, donde eran marcadas las barras de plata garantizando y avalando su autenticidad y peso, fue establecida en Guanajuato en 1666; también era la encargada de distribuir el azogue, normalmente mediante crédito y en ocasiones con el requerimiento de presentar un fiador, entre las haciendas de beneficio, esta materia prima tan controlada y monopolio del Estado, era a esta institución que los beneficiadores pagaban el quinto real.
Conclusiones
La ciudad de Guanajuato en la segunda mitad del siglo XVIII se ve en un fuerte dilema, pues venía saliendo de una recesión en la actividad económica de mayor importancia para ella, la minería, cuando le fueron aplicadas las Reformas  Borbónicas. 
La situación se torna complicada porque, los postulados iniciales de beneficio a quienes menos tienen y el acceso a las posiciones gubernamentales tan largamente proclamadas nunca llegaron, antes bien, los ricos mineros que eran los que podían acceder a los créditos, se vieron beneficiados por el acceso al azogue a costos menores y la desaparición del trabajo por partido, quedándose con todas las ganancias.
En el otro lado quedan los trabajadores asalariados y operarios de las minas en sus distintas modalidades sufrieron en mayor medida las penurias, a las que se sumaron las medidas tomadas como represalia por su insurrección en favor de los jesuitas, viéndose afectados no solo los trabajadores relacionados con la minería, sino también aquellos que se dedicaban al comercio, pues ya quedaban pocos o casi nadie que comprara sus productos.
El panorama halagüeño que pintaba la bonanza en la minería, no alcanzó con sus beneficios a todos, sino que fortaleció el coto de poder centrado en los grandes mineros y no se abatió de ninguna manera la corrupción que tanto se persiguiera con la implantación de las Reformas Borbónicas.

Bibliografía

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Lara Meza, A. M. (2001). Haciendas de beneficio en Guanajuato, tecnología y usos de suelo 1770-1780. Guanajuato: Dirección Municipal de Cultura de Guanajuato.
Martín Torres, E. (2000). El beneficio de la plata en Guanajuato 1686-1740. Guanajuato: Dirección Municipal de Cultrua de Guanajuato.
Pietschmann, H. (1991). Consideraciones en torno al protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución. La Nueva España en el último tercio del siglo XVIII. Historia Mexicana, vol. XLI, oct.-dic, Núm. 2, 162, 167-205.
Reza, A. L. (2001). Guanajuato Ciudad Patrimonio, guía bibliográfica y documental para una historia urbana y arquitectónica. Guanajuato: IISCH y PC.
Rionda Arreguín, I. (2001). Haciendas de Guanajuato. Guanajuato: Ediciones la Rana.
Rodríguez Alvarado, L. M. (2000). La mujer en la economía del Guanajuato de la segunda mitad del siglo XVIII. Un intento para acercarnos a la historia social de los grupos sublaternos durante la época de mayor auge minero en Santa Fe de Guanajuato: 1760-1810. Guanajuato: Instituto de la Mujer Guanajuatense.




[1] (Lara Meza, 2001, pág. XI)
[2] Ibíd., pág. 17
[3] Ibíd., pág. XV
[4] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 44)
[5] (Martín Torres, 2000, pág. 22)
[6] (Lara Meza, 2001, pág. 75),  (Martín Torres, 2000, pág. 20)
[7] (Martín Torres, 2000, pág. 25)
[8] (Lara Meza, 2001, págs. 27-28)
[9]  Ibíd., págs. 59-60
[10] Ibíd., pág. IX
[11] Ibíd., pág. XIV
[12] Ibíd., pág. XV
[13] Ibíd., pág. XII
[14] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 41)
[15] (Lara Meza, 2001, págs. 20-21),  (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 41)
[16] (Rionda Arreguín, 2001, págs. 27-36)
[17] (Martín Torres, 2000, pág. 18)
[18] (Lara Meza, 2001, págs. 32-33)
[19] (Pietschmann, 1991)
[20] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 55)
[21] (Jáuregui de Cervantes, 1998, pág. 46)
[22] (Lara Meza, 2001, págs. 17-19, 26-27)
[23] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 50)
[24] (Lara Meza, 2001, pág. 24)
[25] (Rodríguez Alvarado, 2000, pág. 56)
[26] (Reza, 2001, págs. 73-137)
[27] (Lara Meza, 2001, págs. 37-42)
[28] Ibíd., págs. 35-36